domingo, 5 de julio de 2009

La mujer de rojo


Miró con sorpresa aquella particular presencia, pues escondida tras la furgoneta, una mujer de corta estatura vestida de rojo tapaba su rostro con preocupación.

Se preguntó cómo su mente no le había permitido darse cuenta antes, ya que el vestido rojo de la mujer destacaba entre la monotonía del alcance de su vista.

El semáforo se puso en verde, y avanzó con precaución mirándola con curiosidad. Ella parecía no inmutarse que el mundo seguía funcionando a su alrededor.

Cuando estaba a su altura, la mujer dejó ver sus ojos, sobresaltada por la proximidad de un extraño, estos, también rojos, consiguieron transmitirle la más amarga de las penas a pesar de haber disfrutado desde siempre de la carencia de empatía. La miró ofreciéndole su ayuda con la mirada, ya que a veces no son necesarias las palabras, pero ella se giró, y pendiente de alguien al otro lado de la carretera continuó ocultándose entre sus delicadas e insanas manos.

Podría haberse acercado, haberle preguntado y haberla ayudado, pero sin embargo continuó andando mientras se preguntaba cual sería el problema que atormentaba a aquella insignificante mujer. Y conforme avanzaba cayó en que no tenía por qué ser insignificante solamente por la fachada que diese. Aquella mujer tenía tras de sí una larga y, aparentemente, infeliz historia. Se maldijo mil veces y buscó una excusa para dar la vuelta y no dejarla allí sola cuando escucho unos pasos tras de sí. Apresurados e inseguros. Volteó la cabeza con disimulo, fingiendo colocarse bien la camiseta y vio que era ella. Cada vez la escuchaba más cerca pero tampoco tuvo fuerzas para detenerse.