martes, 30 de junio de 2009

La noche.



Bajó la persiana hasta dejar espacio solo para los traviesos rayos de luna que osasen filtrarse por los minúsculos huecos para impactarse contra la pared formando formas que le ayudasen a dormir. Se había desvelado, y le iba a costar reconciliar el sueño.
Como si se hubiese enfadado con ella y no quisiese perdonarla. Nada, no había manera.
Se giró despacio y le observó mientras dormía plácidamente. Envidió la profundidad de su sueño pero por otra parte agradeció el estar despierta para verle así, tan vulnerable, tan frágil. Sentir que era ella quien velaba por que nada le hiciese daño. Cuando dormía se rompía aquella máscara tan dura y fría que lucía por la mañana.
Se metió con cuidado en la cama, intentando no despertarle con sus pies fríos y, aún sin abrir los ojos, la abrazó acunándola contra su pecho.
Y así se quedó, inmóvil, escuchando su corazón latir con parsimonia, haciendo un hermoso dueto junto a la respiración que la arrullaba.
Y cuando por fin el sueño volvía a ella dijo, muy bajito:
-¿Sabes? Quiero tenerte conmigo siempre, así, muy cerca, tan cerca que lo único que oiga sea tu corazón, que el único aroma que pueda percibir sea el de tu pelo, que lo único que sienta sea tu cuerpo, que lo único que pueda tocar mis labios sea tu piel, y que lo único que pueda ver seas tú. Lo único que quiero, así, siempre, eres tú.
No contestó, pero los rayos de luna me dijeron que le habían visto sonreír.