sábado, 12 de diciembre de 2009

Music was my first love.



Esperaba el tren en un rincón de la estación, medio adormecida en aquel banco de madera desgastada, mientras degustaba despacio un caramelo de miel y limón.
Llevaba un abrigo, morado, de un morado casi tan frío como el que hacia en aquella solitaria parada y mecía los pies al ritmo de una canción que provenía de sus auriculares.
Y es que ¿Qué sería de ella sin música? Eran inseparables. Su compañera en melancolías e ilusiones, en tristezas y alegrías. Le llegaba al alma como nadie había sabido hacerlo y la purificaba, provocaba en ella los sentimientos más sinceros, ilusión, tristeza, pasión.
Le encantaba darle a la vida su propia banda sonora. Observar a la gente del tren mientras se dejaba llevar por algún violín, y buscar tras aquellas caras de monotonía y cansancio una historia.
No he conocido muchas personas como ella, que pusieran tanta atención y dedicación a los detalles, y me encanta escuchar como me habla de aquellos hombres que parecen filósofos sacados de una vieja enciclopedia de mirada tan profunda como la voz de un cello , o de esa chica de sonrisa tierna que le produce mariposas en el estómago como el tímido canto de una flauta travesera.
Siempre ella y la música, siempre.

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